Por @vicoluher
¿Cuántas rodillas raspadas te hubieras evitado de haber podido usar pantalón en vez de vestido?
Eras una niña y te gustaba jugar encantados con tus amigos, trepar a los árboles, montar bicicleta. Tenías que cerrar las piernas para que no se te vieran los calzones, usar peinados molestos que te dejaban con dolor de cabeza y un uniforme que era incómodo para todo lo que disfrutabas: perseguir a tus amigos en los recreos, echar una reta contra el otro grupo, montar un sube y baja.
Veías a los niños con sus pantalones, el cabello corto que no tenían que peinarse y los regalos de cumpleaños que a ti nunca quisieron darte: los balones de básquetbol, las pistas de carreras, los videojuegos. Y aunque sabías que todos los adultos decían que ellos sí y tú no, no podías entender las razones.
De a poco se amontonaban en tu recámara juguetes que nunca usabas, barbies y nenucos, vestidos manchados de tierra, zapatos blancos que de a poco se volvieron grises. También se amontonaron comentarios sobre tu apariencia, sobre tus modales y sobre todo aquello que las “señoritas” no debían hacer. Un día en la primaria corriste a alcanzar el balón que se había volado y fue cuando escuchaste una palabra que te acompañaría por siempre: machorra.
A lo largo del tiempo y del espacio las imposiciones de género nos han dictado no sólo qué debemos hacer sino cómo debemos lucir mientras lo hacemos. La moda no se escapa al patriarcado y aunque en los últimos años se ha buscado reivindicar que la ropa y los accesorios no son exclusivos de ningún sexo, todavía existe una marcada tendencia sobre lo femenino y lo masculino.
Aunado a esto los múltiples intentos para derribar la idea de que mujeres y hombres deberían tener la libertad de escoger cómo vestir han girado principalmente alrededor de la premisa de permitir la feminidad en los hombres dejando poca o nula visibilidad a aquellas mujeres que voluntariamente han renunciado a ella.
Basta con mirar unos meses atrás y darnos cuenta de lo sencillo que resulta recordar a figuras como Harry Styles – un hombre blanco y adinerado – usando vestido y siendo aplaudido por ello y, aunque aquí el propósito no es juzgar las razones que llevaron a escoger al cantante ese outfit sí nos parece importante hablar de qué cosas se vuelven tendencia y cuáles no nos parecen tan relevantes.
¿Cómo ha reaccionado el mundo ante las mujeres que odian los vestidos, el maquillaje, no sienten la obligación de depilarse y usan el cabello corto? ¿Qué reflexiones han tenido sobre esto? ¿Cuáles son sus referentes de estilo? ¿Qué pasa con la palabra machorra?
Nos dimos a la tarea de conversar con mujeres que se autodenominan machorras, quienes nos contaron acerca de su vida y lo que implicó descubrirse cómo una niña que luchaba contra el género y las reflexiones que ahora que están en la mitad de sus veintes pueden tener al respecto.
Aunque a simple vista muchxs tachan a las machorras como mujeres a las que no les interesa su imagen corporal después de platicar con ellas descubrimos que es un mito completamente falso. Si bien no existe el interés hacia ciertos productos que nos han vendido son necesarios para las mujeres – como el maquillaje y los tacones – estas chicas reconocen que existen otros que las han impulsado a seguir ciertos patrones de consumo.
Marcas como vans o converse son algunas de las industrias con las que estas mujeres sienten afinidad al momento de comprar ya que consideran que tienen campañas publicitarias en donde reflejan una imagen con la que sí se sienten identificadas, independientemente de si la campaña va dirigida a hombres o mujeres. Aunque algunas de ellas han reflexionado al respecto llegando a la conclusión de que son ideas creadas por el capitalismo admiten que es complicado desprenderse de ellas.
Por otro lado comentan que la experiencia de ir a comprar ropa a la “sección de hombre” es peculiar y varía mucho dependiendo de la compañía, la tienda o el horario. Todas coinciden que en un comienzo fue sumamente difícil ya que iban con sus mamás y resultaba complicado decirles que en realidad querían ver “la ropa de hombre” y no los vestidos y crop tops de la “ropa de mujer”. Con el tiempo la cosa fue cambiando y de a poco se abrieron para confesarle a sus madres que preferían ir al otro piso.
El tener acceso a tiendas en línea ha facilitado mucho el proceso ya que si bien encontraron la confianza para ir a la sección de ropa que les interesaba, muchas veces las miradas juzgadoras de otras personas e incluso de lxs vendedorxs las hacían sentir incómodas y aunque ellas intentaban actuar con naturalidad ante el hecho de probarse ropa que no se ajustaba con el género impuesto la situación seguía sintiéndose extraña.
Sin embargo, incluso con la decisión de vestir cómo ellas quieren y de poder acceder a ciertas compras, estas mujeres mencionan que comprar ropa no es barato y accesible para todo el mundo lo que resultó complicado al momento de entrar en la adolescencia ya que la mayoría de ropa de su infancia y pubertad seguía ciertos patrones que ellas querían dejar atrás, no obstante no podían cambiar su guardarropa de un día para otro debido a las limitaciones económicas lo que hizo que este cambio fuera paulatino.
Respecto a la representación mediática estas chicas añadieron que en su infancia casi siempre se vieron reflejadas en los personajes masculinos y no porque quisieran ser niños sino por la libertad que estos personajes tenían en las caricaturas. Ahora en mitad de sus veintes creen que todavía no existe tanta representación sobre niñas y mujeres que rompan con la feminidad y que los que hay siguen representando a estas mujeres desde una visión muy masculinista.
Para ellas es importante generar referencias sobre machorras pero desde una óptica de mujeres que son felices con ello y que no anhelan ser hombres o seguir los patrones machistas, que respetan y aman su cuerpo y que pueden hacer lo que ellas desean sin tener finales trágicos o ser vistas como las malas o tontas porque si bien comparten ciertos rasgos identitarios respecto a su imagen, cada una de ellas tiene intereses y gustos particulares.
Tras varios años luchando contra un sistema que les dicta cómo deben lucir asumen la palabra machorra como parte de su identidad, de su estilo, de su andar por la vida. Reconocen que en un comienzo no fue un camino sencillo pero el entender que no debería existir un código de vestimenta que represente el ser mujer y arriesgarse a lucir como realmente querían resultó en una sensación de libertad que también les ayudó con el amor propio.
Hoy miran atrás e identifican todos los estereotipos a los que tuvieron que ajustarse y que todavía hoy van rompiendo, siempre en resistencia y en comunidad con otras machorras. Imaginan un futuro que no obligue a las niñas a seguir tradiciones que las hagan sentir limitadas, un futuro con niñas libres.