Podría ser un día normal, quizás estás buscando ajetreadamente las llaves de tu casa en el caótico bolso de mano que llevas, o probablemente vas corriendo por la calle porque se te hizo tarde, el punto es que de alguna manera se te cae el celular y todas sus delicadas piezas vuelan por el aire. Las levantas, las incorporas en el cascarón fracturado que quedó y te das cuenta de que el aparato que compraste hace menos de un año ya no sirve o al menos no como antes, ¿qué haces entonces?
Voy a intentar adivinar tu respuesta: al igual que la mayoría de nosotros, lo darías por perdido; bien porque no quieres batallar con las fallas, bien porque es imposible repararlo, o incluso porque « ya era hora de cambiarlo por uno mejor». De cualquier modo estarías siendo víctima de las trampas de la sociedad de consumo, de las cuales ya hemos hablado bajo el título de «obsolescencia programada» y que hoy me limito a describir como el acto de diseñar los objetos intencionalmente para tener una cortísima vida útil.
Al mismo tiempo, en algún lugar del mundo alejado del escenario anterior, muy probablemente en África, se encuentra un niño de unos 11 años golpeando el celular que alguien más desechó al otro lado del mundo, lo hace para lograr extraer algunas piezas metálicas (que son tan nocivas para él como para el medio ambiente) con el fin de venderlas y con suerte juntar algo de dinero para comer ese día. A su alrededor hay otros numerosos grupos de niños haciendo lo mismo en el infinito desierto de basura electrónica que cubre kilómetros y kilómetros de un paisaje que solía albergar especies animales y vegetales actualmente desplazadas.
Basura electrónica. Foto: Valentino Bellini
Ahora rebobinemos un poco o mejor un mucho, algo así como al punto en el que este teléfono estaba siendo fabricado: a simple vista solo hay obreros y máquinas manufacturando miles de millones de teléfonos iguales, pero si nos acercamos más, veremos un montón de materia prima transformada cuya procedencia desconocemos y que seguramente esconde varias situaciones ambientales y de derechos humanos de mucho, pero mucho cuidado, como… trabajo infantil.
Trabajo infantil en la industria telefónica. Foto: humanium.org
¿Sabías que el mexicano promedio cambia de teléfono cada 20 meses?; ¿o que tan solo en México se generan 1 032 millones de toneladas de basura electrónica cada año?; ¿y que alrededor de 40 000 menores trabajan en las minas de cobalto de la República Democrática del Congo, donde se extrae más de la mitad de este material a nivel mundial para la generación de nuestros tan amados celulares? Para rematar estas cifras, quiero contarte que ya el año anterior se hablaba de 3,7 millones de teléfonos inteligentes vendidos al día en el mundo, un número que seguramente no se ha demorado en aumentar.
Si bien estos datos nos ponen la piel de gallina, también es cierto que es difícil encontrar una alternativa para contrarrestarlos y en vista de esta situación, hoy queremos hablarte de Fairphone.
Fairphone
Se trata de una iniciativa que pretende transformar el mundo de la telefonía móvil desde un punto de vista social y ambiental a través de cuatro características principales que se dedican a combatir estas problemáticas:
Fairphone
Indiscutiblemente estamos ante una propuesta interesante que se enfoca en empoderar al consumidor responsable por medio de la información y la transparencia, y aunque aún se encuentra en el camino para lograrlo, ya ha dado el primer paso para luchar contra el lado oscuro de la telefonía móvil. Mientras tanto, a los consumidores nos queda reflexionar el impacto de nuestras compras y ¿por qué no?, explorar estas nuevas y más justas alternativas.
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